cabecero4

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martes, 17 de diciembre de 2013

La abstención: causa, y a la vez solución de todos los problemas de la vida.



Hace poco que Michelle Bachelet ganó las elecciones presidenciales en Chile. Lo hizo con el 62% de los votos. La coalición electoral que lidera, Nueva Mayoría, aglutina al Partido Socialista, al Comunista y al Democristiano, entre otras fuerzas de izquierdas.

La otra cara de la victoria nos muestra que la abstención ha sido del 59%, sumamente alta. Esto en España nunca ha pasado, pero la abstención en las últimas elecciones generales no era tan alta desde el 2000. Un 31% de los votantes se abstuvo.

¿Por qué hay tanta gente que no vota?

Hay gente que simplemente pasa de la política, o bien no la entiende mucho y prefiere dejar las votaciones para la gente que entienda. Los analfabetos políticos no son pocos. Lo más habitual entre la gente es afirmar que todos los políticos son iguales. No importa lo que les expliques, su rebuzno de contestación será siempre el mismo: ¡Todos son iguales! Como decía Bertolt Brecht: “El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política.”

No preocuparse por la política, por muy mal que pueda sonar, es no preocuparse de los problemas colectivos. No es una cuestión de preocuparse altruistamente de los demás, consiste en preocuparse de cosas que le afectan a uno mismo, en muchísimos niveles: derechos, jornada de trabajo, salarios, servicios públicos… Si pasas de la política, la política va a pasar de ti. Que luego nadie se extrañe.

Hay otros que, por el contrario, sí se preocupan mucho de sí mismos, pero de un modo infantil, a la par que ridículo: dicen que no votan para que “no les engañen”. No quieren votar a alguien y que luego gane y les decepcione. No quieren sentirse estafados. Ellos prefieren estar en la absurda comodidad del “a mí ya no me engañan”. Están más preocupados de su falso orgullo que del futuro de su gente.

Luego hay un grupo de gente de un perfil más o menos anarquista, que piensa que votar es “legitimar el sistema”. Hay quien piensa que si la abstención es muy alta, los políticos se empezarán a poner nerviosos, y entonces, el sistema acabará derrumbándose, provocando el advenimiento de una nueva era de democracia directa y comunas autogestionarias donde reinará la armonía. No sé en qué cabeza cabe que en España vayan a dimitir todos, cuando las dimisiones en España son un fenómeno cada vez más insólito. Suena muy bien, pero es una fantasía absurda, y que nos sale sumamente cara: estas mismas personas que quieren un sistema más democrático, paradójicamente han conseguido que el PP tenga mayoría absoluta con menos de un tercio del apoyo electoral. Gracias, abstencionistas, por trabajar por la mejora de la democracia.

Sobre el absurdo de estas teorías mágicas, cabe recordar el caso de las elecciones chilenas: un 59% de abstención, y el sistema no se ha derrumbado. Por si fuera poco, es sencillísimo solventar el problema de la abstención. Basta con establecer un sistema de sufragio obligatorio. El gobierno chileno ya habla de que sea así. Adiós utopía.

Camila Vallejo, conocida figura del movimiento estudiantil en Chile y ahora diputada por el Partido Comunista, propone una medida interesante: que se inscriba a todo el mundo de manera automática en el registro electoral, y que si alguien prefiere no votar, que tenga que ir a anular su inscripción. Se frenaría la abstención a la vez que se conservaría el derecho a no votar.

La abstención, le pese a quien le pese, es un posicionamiento. Aunque parezca que uno toma una actitud neutral, y que la decisión no tiene influencia alguna en el resultado, eso no es así. La pasividad consolida las mayorías. Permite que los fuertes sigan siendo fuertes. No tomar partido los beneficia a ellos.

Esto es como lo del pueblo en el que todos saben que hay un vecino que pega a su mujer, pero nadie dice ni hace nada. Así es como todos se convierten en cómplices. No tomar partido es perpetuar la injusticia. “Yo no tengo la culpa, no es asunto mío”. “Yo paso de meterme, bastantes problemas tengo”. No se puede vivir la vida como si fuésemos simples espectadores, como si el mundo y sus injusticias fuesen algo ajeno a nosotros. Somos actores, somos quienes hacen y padecen la historia.

Lo peor de esta gente es que luego se queja, y mucho, de la situación política. No hacen nada y luego lloran, tomando el papel de víctima, cuando el papel que les corresponde es el de culpable. Como decía Antonio Gramsci: "Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas".

No basta con mostrar descontento, no basta con la esperanza para que el mundo cambie. Es importante desear otro mundo, pero es fundamental tomárselo en serio y ser realista. Muchos políticos no son más que personas que luchan por cambiar el mundo, y que saben que las instituciones son otro campo de batalla más, y que no podemos permitirnos el lujo de abandonarlo.

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