cabecero4

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domingo, 26 de enero de 2014

LA LUCHA DE CLASES EXPLICADA A TRAVÉS DE GAMONAL


La llamada “lucha de clases” es un fenómeno que suele asociarse automáticamente a los típicos obreros industriales que organizan huelgas y protestas para conseguir que el patrón les suba el salario, o que les rebaje el horario laboral. Mediante esta lucha, los trabajadores han ido obteniendo derechos históricos, como las vacaciones pagadas o la jornada de 8 horas (1).

Sin embargo, la lucha de clases es una realidad amplia que abarca otros fenómenos. Un despido, por ejemplo, es lucha de clases. El empresario gana, pues se ahorra un salario, mientras que el trabajador pierde su medio de vida. Un desahucio también es lucha de clases. La policía actúa en favor de una empresa, pues protege la propiedad del banco. El que sale perjudicado es quien se queda sin un lugar donde residir, a no ser que la gente se organice y lo detenga. La lucha de la PAH, plataforma compuesta por la gente más humilde, también es lucha de clases.  

La lucha de Gamonal es otro ejemplo clarísimo. Un empresario llamado Méndez Pozo, con antecedentes por corrupción, quiere construir un bulevar, y el alcalde de Burgos (Javier Lacalle) está dispuesto a invertir 8 millones de euros del erario público en las obras. ¿Quién sale perdiendo? La gente del barrio, que se siente estafada al ver cómo 8 millones de euros, que se supone que pertenecen a los contribuyentes, van a usarse para facilitar un nuevo proyecto urbanístico.

Es un error pensar que el conflicto tiene como actores a la gente del barrio por un lado y al alcalde de Burgos por otro. Este alcalde es un mero intermediario en la lucha de clases. El auténtico oponente es Méndez Pozo y su proyecto urbanístico. La gente del barrio lucha por que no se realice el bulevar, y Méndez Pozo tiene un interés opuesto, que es forrarse con la obra.

Pero, claro, si el alcalde se supone que representa al pueblo, ¿por qué no le hace caso y para la obra? ¿No le conviene tener contento a su electorado para volver a ganar las elecciones?

El problema del alcalde es que también tiene presión por el otro lado. Méndez Pozo tiene un gran poder sobre él. ¿Y qué poder tiene un empresario? Pues su dinero, como es natural. No es casualidad que el alcalde viva en un piso de lujo construido por… ¡La constructora de Méndez Pozo! (2) Mientras unos piden democracia en la calle, hay otro buscando un negocio redondo, y el arma que tiene es su dinero. Darle un piso al alcalde puede entenderse como una “inversión” cuyo fruto será un jugoso negocio a costa de las arcas públicas.

En el esquema de abajo puede apreciarse como el alcalde, un mero intermediario, se ve oprimido entre dos fuerzas de interés opuesto. A un lado, las voces de la calle que le piden que pare la obra. Al otro, la fuerza de los dineros, que le dicen que continúe con la obra:



Lo más curioso es que la cúpula del PP le dijo al alcalde que detuviese la obra para evitar una oleada de manifestaciones, y aun así el se negaba (3). El poder de Méndez Pozo sobre el alcalde era incluso mayor que el que ejercía su partido. Finalmente, ante un barrio cada vez más organizado y agresivo, tuvo que ceder.

La solución no consiste en tener políticos de moral inmaculada. Los políticos siempre han recibido presiones de las grandes empresas. Si la corrupción no funciona, se amenaza con desplazar la empresa a otro lugar, provocando paro en la región. Y si ven muy perjudicadas sus cuentas por algún gobierno de izquierdas, lo que hacen es montar golpes de estado, hecho constatado en todo el mundo y que sigue ocurriendo en pleno siglo XXI. Cuidado con señalar como enemigos a “los políticos” en general, es una visión superficial que se olvida de los que realmente toman las decisiones.

La única solución realista consiste en eliminar ese poder económico, para que sólo quede el democrático, el del pueblo. Sólo aboliendo la figura del acumulador de dinero (capitalista que busca un máximo beneficio) podrá finalizar esta histórica lucha de clases. La estrategia para lograrlo es combinar poder institucional con poder en las calles. Ha de haber una fuerza política que se enfrente legalmente a las élites económicas, y hace falta que tenga el respaldo de la calle, pues es la calle la que tiene la última palabra, hecho constatado en Gamonal. Es también la calle la que puede incluso rescatar a un gobierno de un golpe de estado, como sucedió en Venezuela en 2002. (4)

Aún hay quienes niegan la existencia de una lucha de clases, diciendo que es un artificio intelectual del marxismo. Sin embargo es una clara realidad histórica, especialmente visible en períodos de crisis. Cabe destacar que Warren Buffet, uno de los hombres más ricos del mundo, dijo el año pasado: “Por supuesto que hay lucha de clases, y la estamos ganando nosotros”. (5)






 

jueves, 16 de enero de 2014

¿Es la disciplina de voto algo antidemocrático?


Efectivamente, la formulación de la pregunta sugiere que no.

Estos días se habla mucho del tema de la ley del aborto, y de que puede que no supere el debate parlamentario. Podría no superarlo si unos cuantos diputados del PP votaran en contra o se abstuvieran, perdiendo la fuerza de la mayoría absoluta. Hay voces de todas partes pidiendo que haya libertad de voto, para que algún diputado del PP pueda oponerse a la ley.

El debate nos recuerda ahora que en el seno de los partidos existe una disciplina de voto, lo cual significa que los miembros de una fuerza política votan todos lo mismo, en bloque. Si no lo hacen, el partido les multa, les cesa del cargo, o les reeduca de alguna manera. A casi todo el mundo esto le parece dictatorial, antidemocrático, sectario y todas esas cosas demoníacas de los partidos.

Pero se piensa poco en que los diputados no están ahí porque el pueblo los haya elegido, están ahí en representación de su partido. Recordemos que en las elecciones generales se vota al partido, no se vota a ningún individuo. Esto es así, son listas cerradas. Y no he oído a nadie quejarse de ellas que luego sea capaz de decir un solo nombre de algún diputado que vaya por su región.

El ciudadano elige al partido, por tanto es el partido el depositario del poder. O de la soberanía, que suena menos maligno. El diputado le debe obediencia al partido, a su línea política y a su programa electoral. Si decide ser libre, por muy individualista y democrático que parezca, está siendo antidemocrático. Está faltando a las decisiones tomadas en el seno del partido (lo cual es gravemente egoísta si se toman de manera democrática), y está faltando al ciudadano, que lo que ha hecho es delegar su soberanía al partido. Si no es por el partido, el diputado no estaría donde está.

Tenemos cierta pulsión que nos inclina a posicionarnos en aquello que resulte más individualista, sin darnos cuenta del egocentrismo que puede ocultar.

Si con el tema del aborto se suspende la disciplina, seguro que algún diputado la rompe y la ley no es aprobada. Seguro que todo el mundo se pone luego a comentar la valentía heroica de esos disidentes progres del PP, a pesar de que tomarían la decisión por una cuestión de ideología personal, traicionando al voto soberano (digo esto suponiendo que ninguno vaya a hacer un referéndum en el territorio por el que haya salido diputado).

Yo no quisiera que se aprobara esta ley, celebraría que no triunfara, pero hay que ser coherentes. A mí me indignaría muchísimo que un diputado de IU se saltara la línea política que debatimos y definimos colectivamente los militantes. La democracia interna es importantísima y muy satisfactoria, pero es tan estricta que a veces resulta cansina. Sólo faltaría que aun encima un diputado votase en función de dictados de su personalidad superior.

Y aún más, imaginemos que IU tuviera mayoría absoluta y fuese a votar sobre la nacionalización de la banca. Muchos querrían que IU fuese “democrática” y permitiese la libertad de voto. ¿Qué ocurriría? Unos cuantos banqueros harían todo lo posible por dar ingentes cantidades de dinero a unos cuantos diputados, y adiós mayoría absoluta, adiós banca pública, adiós posibilidades de combatir a los poderes económicos.

Y así es como el individualismo a ultranza basado en razonamientos superficiales acaba beneficiando a los grandes dioses que tanto lo pregonan en la televisión: los ricos. Sólo un poder realmente democrático podrá combatirlos.