cabecero4

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domingo, 16 de octubre de 2016

El oscurantismo y el relativismo posmodernos

El oscurantismo posmoderno

El término “oscurantismo” suele reservarse para el período medieval durante el cual se entorpeció deliberadamente la búsqueda del conocimiento, a fin de alejar a los seres humanos del empleo de la razón y volcarlos hacia la fe. En términos generales, oscurantismo sirve también para hacer referencia a autores que escriben deliberadamente con la intención de que no se les entienda.

Pues bien, una particularidad de los autores posmodernos es su oscurantismo, es decir, la poca claridad con la que se expresan. Esto hace que muchas de sus afirmaciones resulten irrefutables, porque es imposible saber qué es lo que significan.

El posmodernismo ha difundido la idea de que los buenos autores son aquellos a quienes no se les entiende, pues eso significa que son autores complejos, profundos.

Cuando alguien dice que una proposición posmoderna es errónea, el posmoderno siempre podrá decir que no se le ha entendido, que su discurso es muy complejo.

Varios posmodernos han reconocido su intención de no hacerse entender, como Derrida, el padre del deconstructivismo. Roland Barthes, otro posmoderno, dice que la claridad del lenguaje es una “ideología burguesa”. Dice que la valoración de la calidad en la prosa surge en el siglo XVII, a la vez que la burguesía. Aunque esto pueda ser cierto, no significa que la estrategia de la clase obrera tenga que consistir en soltar disparates ininteligibles para hacer la revolución.

Jaques Lacan, representante del posmodernismo y del psicoanálisis (doble timo), decía: cuanto menos entienden, mejor escuchan. Este hombre llegó a decir que el falo es idéntico a la raíz cuadrada de menos uno. Deformaba y fusionaba palabras de manera absurda creando un lenguaje propio, usaba juegos de palabras, homofonías, utilizaba términos matemáticos (estructuras algebraicas, de teoría de grupos y de topología) sin venir a cuento, incluso inventaba formas matemáticas, los “matemas”, que escandalizaban a los científicos. Su escritura parecía buscar sólo la excentricidad. El libro “imposturas intelectuales” dedica un capítulo a destapar las absurdeces de este psicoanalista.

Al igual que Lacan, los mencionados Derrida y Barthes también tomaron la costumbre de inventar palabras. Derrida a veces incorporaba al texto media palabra, y en la página siguiente ponía la segunda mitad de la palabra. 

Los que se oponen al predominio de la razón, naturalmente se oponen a la claridad en el lenguaje. Los ilustrados confiaron en la utilidad del lenguaje como herramienta que representara el mundo a través de la razón. Como los posmodernos dicen que el lenguaje nunca podrá representar el mundo, utilizan un lenguaje confuso para ratificar su postura.

La claridad en el lenguaje ha conducido al bienestar humano. Si empezamos a hablar de forma ininteligible, dejaremos de entendernos, lo cual haría derrumbar el edificio de nuestra civilización.

El relativismo posmoderno

Si a un posmoderno le preguntas que si Dios existe, probablemente te responderá “sí y no”. Es decir, que existe para los creyentes pero que no existe para los ateos. Según los posmodernos, la verdad es relativa, y cada cual tiene “su verdad”. Eso implica que las verdades universales simplemente no existen. Los posmodernos dicen que esto traerá la igualdad social, porque en los debates no habrá ganadores ni vencedores, y todos seremos igual de poseedores de la verdad. Esto es una solemne tontería, es lógicamente imposible que dos personas tengan razón si sostienen posiciones contrarias.

El relativismo sostiene que la verdad es relativa al contexto, aunque no hay acuerdo entre los relativistas sobre cuál es la unidad contextual. Según algunos, dicha unidad es el individuo. Es decir, que la verdad depende de cada individuo, cada uno tendría su verdad. Esta postura implica un subjetivismo absoluto, y es opuesta a la existencia de verdades objetivas.

La mayoría de relativistas actuales sostiene que dicha unidad contextual es la comunidad, o dicho con más precisión, la cultura. Es decir, la verdad sería relativa a cada cultura. A este posicionamiento se lo denomina relativismo cultural.

Los antropólogos, durante el estudio de las diferentes culturas, observaron que las creencias y costumbres de cada cultura eran distintas, y que no había normas universales. Se observa entonces que existe un relativismo cultural, que cada cultura tiene sus normas. Este relativismo cultural podría denominarse “descriptivo”, pues describe una realidad observada por los antropólogos. Sin embargo, muchos quieren que dicho relativismo cultural sea “prescriptivo”, es decir, que dicha realidad debe conservarse tal cual, de modo que no se puede hablar objetivamente de lo que es bueno y malo, pues hay tantas valoraciones al respecto como culturas. Las conductas que se den en el seno de una cultura sólo pueden ser juzgadas desde el interior de dicha cultura. Dicho relativismo aplicado a las normas de conducta se denomina relativismo moral.

Un problema del relativismo es que niega la existencia de progreso: puesto que cada creencia o costumbre es valorable en función de su propio contexto, no existen creencias o costumbres mejores que otras. El progreso, por otro lado, presupone una dirección hacia creencias y costumbres mejores. Pero si decimos que no existen costumbres o creencias mejores, entonces no hay motivo para intentar mejorar este mundo, pues ningún esfuerzo constituirá una mejora en tanto no exista un patrón objetivo de “mejor” y “peor”.

Si decimos que la ciencia no es más que un producto de un contexto cultural concreto, y que no tiene más validez que la brujería, ¿para qué molestarse en investigar para alcanzar nuevos logros científicos o médicos?

Otra debilidad del relativismo es que se trata de una idea autorrefutada: se refuta a sí misma. Si uno afirma que todo es relativo, entonces dicha afirmación también es relativa, con lo cual se admite la posición contraria, que dice que no todo es relativo.



Referencias:

- El posmodernismo, ¡vaya timo! (Gabriel Andrade).
- El olvido de la razón (Juan José Sebreli).
- Imposturas intelectuales (Alan Sokal y Jean Bricmont).

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